Hacia donde haya que ir, pero con paso firme, en el desierto, bajo el sol...




Que no interrumpan lo cotidiano mis pensamientos
Que no me dejen sin mi sustento en vano
Que no me atrape lo mundano si prefiero no estar quieto
Que no me pongan en un aprieto por algo que no está en mi mano
Que no me consuman si como un sumo soy un regalo
Que no le cause a nadie espanto si yo mismo me acuso
Soy vagabundo, siempre de paso, de aquí y de allá, de todo el mundo
No tengo dueño, no soy tu esclavo, un poco tuyo y de todo el mundo
Que no interrumpan lo cotidiano mis pensamientos

Pájaros

El jilguero

Cuando volvió al nido con un gusanito en la boca, el jilguero no encontró a ninguno de sus hijitos. Alguien, durante su ausencia se los había robado.
El jilguero comenzó a buscarlos por todas partes, y trinando, todo el bosque resonaba con sus desesperados reclamos, pero nadie respondía.
Un día, un pinzón le dijo:
—Me parece que he visto a tus hijos en casa del campesino.
El jilguero voló lleno de esperanza y en poco tiempo llegó a la casa del campesino. Se posó en el tejado: no había nadie. Bajó a la era: estaba desierta.
Pero al levantar la cabeza estaba la jaula en la ventana. Sus hijos estaban prisioneros.
Cuando lo vieron, agarrado a los palos de la jaula, se pusieron a piar pidiéndole que los liberase. Él trató de romper con el pico y las patas los barrotes de la prisión, pero fue en vano.
Entonces llorando con desconsuelo, los dejó.
Al día siguiente volvió el jilguero a la jaula donde estaban sus hijos. Los miró. Después, a través de los barrotes, los besó uno a uno por última vez.
Había llevado a sus crías unas yerbas venenosas y los pajaritos murieron.
—Mejor morir —dijo— que perder la libertad.

Leonardo Da Vinci Fábulas y leyendas. Editorial Nauta. Reproducida por revista “La Maga” Número 30 - octubre 1997.

Pájaros perdidos de verano vienen a mi ventana, cantan, y se van volando.
Vagabundillos del universo, tropel de seres pequeñitos,
¡dejad la huella de vuestros pies en mis palabras!
Rabindranath Tagore




Los pájaros han habitado siempre en la literatura. Los domésticos y los salvajes que conviven con nosotros, nuestra propia ancestría de alas, sus trinos, su lenguaje, su melodía, atraen a los humanos con su misterio y los diferencia de otros animales, tocando el aire y el cielo de nuestra propia espiritualidad.


El silencio se transforma en contemplación, en cercanía y encuentro

El sueño de Rip Van Winkle

...se durmió a los treinta años, se despertó de golpe cerca de los cincuenta y, mirándose en un espejo se preguntó qué, cómo, quién es ese hombre maduro.
 Abelardo Castillo El evangelio según Van Hutten 
Grupo Editor Planeta-1999